Banderas de nuestros padres (2007)

Posted: miércoles, 5 de mayo de 2010 by Cata Gallardo in
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“Banderas de nuestros padres”, con ese bien escogido plural, cuenta la historia que hay detrás y a los lados de la famosísima foto del alzamiento de la bandera americana en el monte Suribachi, en la isla de Iwo Jima. Foto esta icónica para todos, los americanos que ven reflejada en ella el patriotismo, camaradería y sacrificio que esperan de sus tropas, y los antiamericanos que, tras curarse de las quemaduras que le producirá el contacto con ella, la interpretan como el típico montaje propagandístico promilitarista y fascista, sin que la realidad les importe demasiado. Pues estos últimos con Eastwood se han topado.

Resulta curioso que una de las batallas más importantes, sino la más importante, de la Segunda Guerra Mundial haya pasado a la historia por una simple foto. Iwo Jima era un punto estratégico para facilitar la llegada de bombarderos aliados a Japón, y aún encima era (por motivos histórico-religiosos) parte de la prefectura, para entendernos: el ayuntamiento, de Tokyo. Así que invadiéndola la puñeta era doble. Además, supuso una de las primeras operaciones del cuerpo de marines, que hasta la fecha lo había llevado bastante mal. En la isla no lo pasaría mucho mejor. La estrategia japonesa prefiguró lo que sería la de muchas guerras posteriores. Sabiendo que nada podría parar a la maquinaria americana salvo ellos mismos, las órdenes de cada soldado japonés no eran demasiado complicadas: matar a diez americanos. Esperaban con ello forzar a la opinión pública estadounidense a provocar una negociación de su gobierno, al ver el precio humano de la invasión. Quizás les resulte familiar.

Además por aquel entonces la estrategia de Japón para conquistar el mundo no pasaba por la PlayStation, sino que implicaba invasiones más directas. Combinando estos afanes expansivos con los restos de una cultura en la que los extranjeros estaban fuera del orden natural de las cosas, por lo que su vida no tenía valor alguno, se obtuvo como resultado un ejército que en la invasión de China provocó más de doscientas mil víctimas. Civiles. En menos de un mes. En una sola ciudad (Nankin).

Además, la batalla de Iwo Jima marcó el destino de la guerra. En ella murieron unos seis mil marines (más o menos la mitad de los combatientes de vanguardia no volvían) y unos veinte mil japoneses (muchos de ellos se suicidaron antes de sufrir deshonor); echando cuentas los aliados estimaron que la invasión de Japón provocaría entre trescientas cincuenta mil y millón y medio de víctimas, sólo entre las tropas atacantes. Así que había que buscar otra manera de vencer, adivinen cuál.

Pero “Banderas de nuestros padres” en lugar del lado histórico de la batalla, que yo relato para poner la cosa en contexto, además de para que se note que me he leído el libro, se centra en el lado más humano de la batalla. Contando la historia de los tres supervivientes del alzamiento de la bandera, Rene Gagnon, Doc Bradley e Ira Hayes (Jesse Bradford, Ryan Phillippe y Adam Beach) y de su vida tras convertirse en los héroes del momento, Eastwood consigue mostrar y darle cara a todos los lados de la guerra: los héroes y los villanos, las medallas y las tripas por el suelo, dando una visión muy meditada sobre el tema. Eastwood sabe que la guerra es algo espantoso, pero para que usted se pase la tarde deleitándose con nuestras críticas, alguien ha tenido que pasar igual número de horas dándose de tiros con otra persona.

La principal baza para mostrar la “verdad” sobre la guerra frente a la visión que tenemos de ella, destilada en los miles de fans que adoran a los nuevos héroes o los no menos numerosos periodistas que los acosan para ver si la dichosa foto es un montaje o no (vayan tranquilos, no lo es), Eastwood y Haggis se valen de montar en paralelo dos momentos de la historia: la batalla en sí, cruel como pocas, y la gira en la que Hayes, Gagnon y Bradley se tuvieron que embarcar al volver a su país. Recorrieron todos los estados de la Unión para que la gente comprase los llamados “Bonos de guerra” pagarés estatales con los que se pretendía involucrar voluntariamente a la gente en el esfuerzo militar, en lugar de sacárselo directamente de los impuestos. Qué locura.

Los protagonistas están atrapados en una especie de circo aparentemente frívolo, pero cada día de batalla en Europa y el Pacífico le costaba a Estados Unidos doscientos cincuenta millones de dólares, así que era empresa necesaria. “Banderas de nuestros padres” acerca todo esto al espectador, para que vea que las cosas nunca son lo que dicen unos ni otros.

Otra de las bazas que juega es la de explorar los efectos de la guerra sobre los propios combatientes, concentrado principalmente sobre la historia de Ira Hayes, la más trágica. Problemas raciales, alcohol, etc. Fíjense si será triste que hasta el mismísimo Johnny Cash (el de “En la cuerda floja”) le dedicó una canción.

El problema de que la película trate de mostrar tantas cosas es que meter tanta mies en poco más de dos horas no es fácil, y tanto montaje paralelo y tanto ir de acá para allá termina por descolocar un poco al espectador. Además, el ritmo de la película se acelera mucho hacia el final, mientras que al principio se detiene en trivialidades que aunque ayudan a perfilar de manera magistral a los personajes (parece que Haggis aprendió mucho en “Crash” y para darle vida a alguien sólo necesita un par de frases, como hace con la prometida de Gagnon), parece mucho menos importantes para la historia que otros momentos dramáticos que se resuelven con cierta prisa.

La dirección de Eastwood es bastante personal. Muy a lo “Million Dollar Baby”, con esos claroscuros, pero a lo grande. Para hacer mayores los contrastes,el colorismo de la América de los cuarenta contrasta con la isla volcánica de Iwo Jima, en la que además rueda todas sus escenas de batalla con unos colores muy degradados. Estas escenas parecen hechas un poco a imitación de “Salvar al soldado Ryan”, aunque pierden el impacto que tenían aquellas por ser las primeras. Aún así, Eastwood transmite muy bien el caos absoluto que es una batalla de cualquier guerra, y no sólo a través de remeneos de cámara. Tampoco se corta mucho al mostrar las miserias del propio ejército americano, de manera bastante gráfica y sin muchos aspavientos: los eternos problemas burocráticos y otras vicisitudes como el fuego amigo: bajos los disparos aliados a veces perecen soldados, civiles o periodistas, mal común a muchas guerras y detrás del que rara vez se esconde una oscura mano conspiratoria, por mucho que nos pretendan vender esa moto por aquí.

El reparto, demasiado largo para ser citado en detalle, está plagado de estrellas, no grandes pero sí creciendo, como pueden ser Jamie Bell o Paul Walker. Casi todos tienen papeles menores al lado del trío protagonista. Ryan Philippe y Jesse Bradford dan vida perfectamente a sus personajes, pero el más destacado es sin duda Adam Beach, al que no me extrañaría que le lloviese una nominación.

En fin, una de las mejores películas del año. Del 2007. Recomendada para objetores de conciencia.

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